En plena caída de la oferta virginal, y en su más popular y ovípara versión, tuvo el Espíritu Santo la mala fortuna de entrar en celo. 

Buscando material para desflorar sin desflorar, patrullaba el vecindario a velocidad increíble, tanto era el angustioso ayuno veraniego.

Y hallándose de pronto sobrevolando la zona industrial, aplicó a fondo frenos, suspendió todo aleteo y se quedó volando en ronda y suavecito. Percatóse empero presto de que su ridícula envergadura dejaba en entredicho la imponencia típica del gesto –que parecía aludir más bien a carroñeros procederes- y planeando planeando planeó un descenso más acorde con su beatífica majestad. Picada o barrena eran posibilidades que, para una tórtola, lucirían también indecorosos, así que decidió mutar a su forma alotrópica alterna, federal y luminosa, cayendo en pirotécnico bombardeo, para terror de la grey, que piadosamente acogía como castigo divino el incendio venidero.

Pero cosa de milagro fue ver que tal conflagración rehusó prender, pues no bien tocar tierra las ígneas lenguas reunificáronse de inmediato en un solo sitio, para acto seguido configurar de nuevo el previo modo pichón, más adecuado para la misión a desempeñar. Dispersáronse así las defraudadas multitudes, que para efectos celestiales prefieren siempre el accionar del visajoso fuego al de la ordinaria paloma.

El punto de reunificación escogido quedaba dentro de la fábrica de muñecas inflables, objetivo último de la santísima ave. Babeando el piso exploró, caminando cual vampiro en busca de modelos en exhibición.

Hallóles al fin: variopintas y empelotas doncellas. Saltó así de emoción, aleteando y jadeando groseramente, y abalanzándose apenas sobre el primer modelo los derribó a todos, en dominosa moñona. Sucesivamente, y haciendo gala de su condición de semental supremo se sostuvo a lo colibrí para pecar. La faena duró tiempo considerable, pues mostrábase el palomo en gran forma e insaciable en su voracidad, sometiendo a las víctimas a toda suerte de vejámenes, mientras les susurraba –en lenguas, y equivocándose de nombre casi siempre, pues cada señora tenía su alias por ahí erógenamente etiquetado- sabrá Yahvé qué obscenidades. Yació con todas varias veces, gastándose al punto de demorarse en recobrar la capacidad de levantar el vuelo, lo que al fin hizo en medio de risas y chillidos de triunfo, prometiendo volver “a visitarlas… muñecas”.

La fábrica encontró al otro día a las señoras todas tiradas, esguañañadas y además cagadas, pues varias cagarrutas había liberado el ave en el colmo de sus éxtasis. El himen de garantía lucía, no obstante, intacto en todos los casos, cosa que la fábrica supo de quién vengarse, y también cómo, "ese vuelve, ese no se aguanta".     

Lo que nunca se imaginó la fábrica fue que fuera tan pronto, y menos por un móvil distinto a la arrechera.  

Pero sucedió que al poco tiempo de la velada algo le empezó a picar por allá, y con horror infernal asistió al crecimiento y desarrollo de algunos chancros. Presa del pánico y con la contrición del caso, se dirigió de nuevo a la fábrica a indagar por solución y remedio.  

Pronto olvidó sin embargo, su propia afección, pues no bien hallóse en el febril espacio aéreo encontró que, fiel a su reputación y estilo, lucían preñadas todas. Apenas puesto en fuga fue impactado, herido su supremo fuselaje, derribado así por balín o perdigón antiaéreo, para precipitarse a tierra en medio de la algarabía de sus grupis. “Mi amor, tengo un retraso” chillaban todas, entre risas. 


Ninguna quiso abortar, pese a sus súplicas. 


Una a una, y sin que lo notara, fuerónse ellas retirando... De pronto fue que se vio rodeado de modelos nuevos, desconocidos, que también habían cobrado vida –y no por su obra y gracia, porque con estos no había estado- y se le iban acercando. Él intentó calmarlas con frases como “mi vida, me vas a disculpar, ahora no puedo”, “ay, estate quieta”, “ya, vieja, relajada” y otras de contenido aproximado, pero se lo sabrosearon y lo tarrearon a placer. Acto seguido lo inmovilizaron, sacaron cada una paquete y sucesivamente lo sodomizaron.  Eran los modelos transexuales, que no habían entrado del todo en vigor y estaban en fase experimental, pero que cumplieron bien su primer cometido. El espíritu santo fue sometido sexualmente entre improperios –"rata voladora, rata violadora", le susurraban–, risas y olor a plástico quemado, pues la víctima intentó varias veces –sin éxito transfigurarse. Pasó que la siguiente fase de la venganza consistía, merced a Belcebú (y dicen que a Yahvé), en vetarle la candelosa dizque por incumplimiento en el pago de regalías relativas al usufructo de material exclusivamente infernal, las lenguas de fuego. 

Ya ultrajado y roto el orto supremo, qué: asumir, amén de su (ahora enriquecida y recargada) infección , las crías, a quienes imaginaba en su tormento como fogosas aves de poliuretano, cloaca prensil y vocación inevitable.  

"PUEDE CONTENER TRAZAS DE MATERIAL GENÉTICO O SEMEN"                                                                                

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