Y vuelve otra vez...
el Pantano de la Tristeza


Actualmente hay sociedades y culturas que la viven sin sufrir tanto, y que además nos quieren enseñar.

Pero aquí negamos todo, y seguimos dele y dele, pareciera que nos gustara la paridera. Claro, si es lo único que nos han enseñado, si nos toca creérnosla porque no nos sabemos otra... No sólo sería renunciar a una costumbre, sino a una de las más arraigadas por su bien ganado estátus de "autóctona", bien que ha sido fundamental en la construcción de nuestro ser comunitario. Eso sería casi renunciar a nuestro orgullo.

Pero lo más triste no es que no queramos dejar de padecer. Lo más triste es que -tribu envidiosa- neguemos el derecho de otros pueblos a hacerlo y queramos imponerles nuestras éticas del martirio, que bien variadas sí las tenemos.

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