Como no podía saber quién o quiénes habían hecho qué (tantos números que disfrutaba, y ninguno con firma, parecía que en esos días hubiera como una moda de anonimato), tuvo que pensar que podían ser de cualquiera. A veces veía a alguien y hacía el ejercicio: ¿la señora del supermercado? ¿el chofer? ¿ese par de policías / malandrines?

Cada vez le parecía más raro asociar tal con tal. Y cualquier combinación podía ser. 

“La verdadera democracia debe ser un arte” -concluyó.

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