Juzgó Dios necesario arrasar esta playa tropical cuyo degenerado turismo pervertía su creación con toda suerte de excesos.

Contó desde siempre esta playa con el don del oleaje, del cual nunca pretendió nadie abusar o aprovecharse como para decir que fue por eso que… Más bien fue con eso que, y ahí sí de pronto el recurso pudo ser… Porque la cosa fue siempre como más hacia la belleza plástica -aunque en la adolescencia rayare- del equilibrio sobre la cresta (surf que llaman), tendencia que en deportiva modalidad representaba una de las sublimaciones artísticas más altas del espíritu; o bien hacia la burda pero inocente revolcada bajo su espuma -acto básico, no estético y reflejo de instintos corporales más baratos y domésticos- orientada más al goce en familia. Entonces, ya venir a hablar de exceso o pecado acá, era… El hecho es que la playa se convirtió muy rápido en favorita de surfistas y bañistas a nivel nacional –movilizándose todavía más rápido la población de los alrededores en un estilo migratorio conocido luego como “desplazamiento no forzado” (el cual, según varias oenegés que defienden su reconocimiento, carece de elementos como el desalojo o el actor violento) para establecerse en sus inmediaciones, dando lugar a un nuevo y aledaño poblado que se anexionara la playa no bien arribar las primeras avanzadas ocupas, que desde el momento mismo de su asentamiento ofrecían servicios de hospedaje y alimentación al surfismo y al bañismo- y casi inmediatamente también internacional, pues pese a que la playita era tan pequeña que ni acompañada de pueblo alguno aparecería en los mapas (a no ser ya un zum muy áspero), la voz corrió andergraund entre las comunidades surfistas. Estas, cosmopolitas como ninguna otra agremiación playera, metieron mano ipso facto: plata y logística de afuera le metieron a esto, en pro de una infraestructura más digna de sí, no era cosa de andar esperando los lentos procesos nativos, eso no va con ella, no. Playa y poblado entonces, minúsculos y embambados, estuvieron listos en breve para recibir a la comunidad surfista mundial, pues de eso se trataba, de acondicionar el peladero para el surfismo, no de volverlo municipio, eso a las comunidades surfistas no les importaba, habituadas como estaban a eso de pasar siempre, sobradamente y sin dificultad, por encima.

Hasta ahí Dios no tenía nada qué objetar, la creación seguía su curso natural… Y como el surf era tan plei, pues con él llegaron el fashion y la gafa… y el entertainment y la comida fina y el trago y la parranda. Familia y juventud la pasaban bueno, y si el surf en algún momento dejaba de ser lo más importante, pues… Luego fueron apareciendo avanzadas turística más sofisticada, que pedían otros elementos y sustancias, y para no perder plata tocó empezar a meter pepas, perico y putas de todas las edades. Normal, nada qué objetar.

Ya a lo último el poblado atraía a gran cantidad de jipis itinerantes que se la pasaban fumando unas yerbas y hablando de quién sabe qué vibras y ondas y pachamamas y otros espíritus sospechosos, y que Babilón pronto iba a caer… Lo de la yerba tampoco conspiraba contra Dios, sabía Dios, que en su infinita sabiduría sabía así mismo que al jipismo, tanto que peleaba, no le convenía ni la legalización de la misma yerba ni la caída de Babilón, porque se les caería casi todo el discurso de la reguelushion, y se acabarían los grupos, y con ellos morirían el ruts, el escá, el rocstedi, el dansjol, el raga y el dob… mejor dicho gran parte del repertorio que se bailaba en el poblado y su playa y con el que las comunas jipis hacían resistencia contra el ultrahueco surf, el primer ritmo impuesto acá, cuyas formas instrumentales originales habían degenerado en versiones pop de temática y voces preadolescentes que reflejaban, decía el jipismo, la dominación babilónica. Por eso lo atacaban con buena onda en las canciones, porque tampoco con el surf se podía acabar, si no después no habría contra qué resistir. A Dios le hubiere regocijado todo ese metabolismo jipi, al fin inofensivo y tan contradictorio -porque lo que más le daba risa era que la totalidad de la población jipi terminaba siempre en Babilón (y Babilón en esa época no era otro que este, por poblado y no por playa… Si hasta dicen que casi se arma la balacera la vez que un parche mafioso ya ebrio y de inaudito espíritu conciliador le dio porque el poblado debía llamarse Puerto Babilón, que porque el jipismo y que porque Babilón como que era el nombre original indígena, y que eso era sagrado, hijueputa) buscando plata (y no para la revolución) y justificando con muy variadas y floridas retóricas su permanencia en ella y su caída en los vicios burgueses- de no ser porque tanta sicodelia les llevaba a invocar pachamamas, yas (rastafarai), yemayás u otras conspiraciones similares. Y eso fue lo que a Dios ya no le cuadró y le animó a proceder.

Como Dios sabe cómo hace sus cosas, decidió obrar sin dar tanto visaje, buscando aliados útiles para lo del trabajo sucio. De las puertas que tocó se abrieron tres: la de la Asociación Internacional de Surfistas, que veía cómo su accionar -de claro corte artístico- se había tergiversado hasta la depravación, una; la de la Policía Nacional de Inmigración, cuya afición principal era la deportación de jipis, dos; y la de la Federación Internacional de Placas Tectónicas y Terremotos, tenebrosa organización orden terrorista, tres. Todas se comprometieron con la santa causa, aunque La Policía Nacional de Inmigración se terminó torciendo de un momento a otro, alegando que el jipismo controlado más no erradicado de raíz –así dijeron– le daba al poblado un aspecto semibohemio muy conveniente para la generación de divisas y activos a la dolarizada economía nacional; además el bricheraje trae gente, Satanás también tiene velas en el entierro, hágale más pasito…

La Asociación de Surfistas y la Federación de Placas sí se le midieron de una, proveyendo la primera de las tablas necesarias para la salvación de su gente, que remontaría la ola del devastador sunami (sic) enviado por Dios aprovechando la época de terremotos para poder echarle la culpa así a La Federación de Placas, cuyo única función en el cuento sería firmar un documento en el que aceptaría la responsabilidad científica e histórica del fenómeno que probablemente sería conocido y explicado en las mitologías venideras como Diluvio Universal, a cambio del derecho a tres conspiraciones futuras: una telúrica, un maremoto y un erupto volcánico. Esas todavía las estamos esperando, no sabemos cuándo, pero se supone que ese tipo de acuerdos son sagrados, y más tratándose de organizaciones terroristas tan pesadas… El hecho es que el problemita de la playita esta quedó arreglado según lo pactado y el único turismo vigente en esta zona es el de presenciar esas ruinas inundadas para que nos quede claro quién manda y dejar de andar conspirando de alegría. Así que mejor nos vamos tomando las foticos rápido y no hagan preguntas.




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