Ahora que está de moda eso de "más el proceso que su resultado" 
puede replantearse la viabilidad del "suicidio en vida", 
proceder mediante el cual realizas todos los trámites requeridos por el suicidio oficial 
(nota / documento de despedida, renuncia a tu entorno y desaparición total del mismo) 
excepto el último: la consumación final, la efectiva autoeliminación. 


El choque frontal que hasta ahora representaría para tu ex-entorno el infortunado e involuntario (para ambas partes) accidente de alguien del mismo encontrarse desprevenida y violentamente con tu imposible presencia en el nuevo e insospechado –reconociéndote e identificándote a pesar de querer negarse a la evidencia– podría amortiguarse en su brutal perplejidad debido al auge oficial de esta práctica (“desaparición perenne por renuncia” se le insiste en llamar), disminuyendo el hecho de la moda la posibilidad de tus dolientes ahí sí y efectivamente aniquilarte, solución lamentable y desesperada a la que han recurrido sinnúmero de colectividades desubicadas en su emoción por duelo burlado ("proceso emotivo invalidado en seco", reza el atenuante), movidas al asesinato en masa por ese querer reafirmarse en la ausencia definitiva de quien, incluso, no necesaria -ni siquiera voluntariamente- hubiere desaparecido bajo la modalidad, logrando solamente con su reaparición, por caducidad en la espera, encontrarse con la muerte en medio de su parche anterior -previa invasión por su parte de su nuevo entorno-, ya jugado a olvidarte.
Le pasaba por el lado y nunca paraba. Luego me quedaba pensando en por qué no (como que nunca me acordaba, siempre me agarraba a contrapié).

Esa vez no me acuerdo si fue que alcancé a pensarla un toque antes de que apareciera, o contrarresté la sorpresa… El caso es que paré y le tendí una de mis extremidades para ayudarle a levantarse.

Me había preparado para ser mi extremidad ignorada y tener que arriarla, o para tener que esperar: en el mejor de los casos pasaría tiempo antes de ser correspondida. Por eso el jalonazo inmediato me agarró fuera de base, y me vi pronto forcejeando para no caerme yo. La fuerza del tentáculo que me asía era tremenda y no me dejaba estabilizar para meter el jale definitivo. Más bien me iba yendo yo. Traté de soltarme para replantear la estrategia, pero la tenaza no me dejó. Agarraba y jalaba mucho mejor que la mía, pero en dirección contraria. De pronto me encontré jugándome mi destino.

Las transferencias entre equipos soportan en los últimos tiempos cargas de intereses tan diversos que casi siempre exceden el tema deportivo, para desarrollarse como eventos independientes, con sus propias emociones. Los sucesos que de las negociaciones se derivan son cada vez más inciertos, quedando frecuentemente sus agentes a merced de fuerzas aleatorias que terminan fallando procesos al azar, incluso en favor de escuadras nunca antes contempladas.  


El objetivo de la nuestra y su razón de ser, más que reforzarse, es quitarle a la rival. Nunca creí jugar a eso, a no dejar jugar, pero desde que llegué me di cuenta de que no por ser la única opción es menos noble, si de lo que se trata en últimas es de jugar a algo. El equipo no es nuevo, pero sí casi desconocido de tanta marginalidad producto de sus continuos descensos. “Nuestro” juego de conjunto es sumamente precario, dependiente de unas individualidades que casi nunca se asocian entre sí, que ni se miran, que incluso ni se conocen. Yo pensaría, por ejemplo, que en este momento sólo estamos jugando dos.    

Etiquetas