Ahora que está de moda eso de "más el proceso que su resultado"
puede replantearse la viabilidad del "suicidio en vida",
proceder mediante el cual realizas todos los trámites requeridos por el suicidio oficial
(nota / documento de despedida, renuncia a tu entorno y desaparición total del mismo)
excepto el último: la consumación final, la efectiva autoeliminación.
El choque frontal que hasta ahora representaría para tu ex-entorno el infortunado e involuntario (para ambas partes) accidente de alguien del mismo encontrarse desprevenida y violentamente con tu imposible presencia en el nuevo e insospechado –reconociéndote e identificándote a pesar de querer negarse a la evidencia– podría amortiguarse en su brutal perplejidad debido al auge oficial de esta práctica (“desaparición perenne por renuncia” se le insiste en llamar), disminuyendo el hecho de la moda la posibilidad de tus dolientes ahí sí y efectivamente aniquilarte, solución lamentable y desesperada a la que han recurrido sinnúmero de colectividades desubicadas en su emoción por duelo burlado ("proceso emotivo invalidado en seco", reza el atenuante), movidas al asesinato en masa por ese querer reafirmarse en la ausencia definitiva de quien, incluso, no necesaria -ni siquiera voluntariamente- hubiere desaparecido bajo la modalidad, logrando solamente con su reaparición, por caducidad en la espera, encontrarse con la muerte en medio de su parche anterior -previa invasión por su parte de su nuevo entorno-, ya jugado a olvidarte.