A mí se me hace
que fue tanta pensadora y tanta conversadera sobre tal cosa. Que si “no sería
que en una de esas” y otras sabrosas especulaciones. Así joda y joda, hasta que
el inconsciente, directo involucrado, se dignó a participar. De modo impreciso –como son estas
cosas del sinsentido– me situó entrevistando a una de sus productoras.
Al principio como
que no había escenario, era la nada y las tinieblas. Desde ahí yo preguntaba.
– Un sueño o
alucinación cualquiera –así como en su transcurrir–, ¿se va improvisando en
vivo? O ya viene armado al momento de proyectarse…
Esta era la
pregunta principal, para mí el comienzo de todo.
No me acuerdo
bien qué contestó –como que se podía de las dos, o bien mixto–, por andarle
poniendo cuidado a la horrorosa voz de la que se valía para contestar, un
sonido soso y mecánico, bien corporativo. La voz era en off, sin sustancia
asociada, gesto técnico como para dejar en claro que se estaba hablando con una
productora major, curtida y
profesional. Las tinieblas se fueron alumbrando con una luz neutra, como entre
blanca, gris y azul clara, sin mucha emoción. Yo estaba en medio de un cuarto
sin muebles, con algunos uniformes colgando de las paredes. Me acuerdo de
chalecos y viseras.
Se me ocurrieron
algunas ideas como de monopolio y productoras independientes y algo debí
preguntar porque la voz pareció incomodarse (se oyeron como toses). Empezó a
sonar una música como de oficina que volvía a empezar cuando terminaba. Creo
que me bailé un pedazo… los uniformes y las paredes desaparecieron.
El azul del
ambiente se profundizó, como para reproducir video. Sin embargo, lo que sonó
fue un ruido como de cinta de audio rebobinándose mientras se reproduce (esas
cosas que no se deben hacer porque se puede enredar la cinta o dañar las
cabezas del aparato reproductor). De vez en cuando aparecían palabras en verde
o en rojo. En verde me pareció leer “stop/eject” y “play”. También estaba el
silbido ese de cuando la pantalla muestra toda la gama de colores. Cuando
volvió la voz, contestó cualquier cosa:
– Los episodios que
no se recuerdan son emisiones “de prueba”, que se borran de una. O ensayos a
puerta cerrada, sin público o medios acreditados para su transmisión. O
también, en último caso, una intervención directa sobre los datos “en crudo”,
antes de su codificación multimedia.
Ya le iba
agarrando el tumbao a la vocecita. Me quedaba repitiendo algunas frases
especialmente chillonas como “datos en crudo” o “codificación multimedia”, y no
es por nada pero hasta me salían.
– Y hablando ya
de público objetivo –pregunté– ¿considera usted que este influye activamente en
la composición de la pieza o en la secuencia misma de sus acontecimientos?
El “usted” sonaba
raro, pero yo también tenía que hablar sofisticado y la pregunta me pareció que
no desmerecía.
Sonaron algunos
ruidos como de dispositivos de sonido en mal estado, interferencias,
retroalimentaciones y tierras. La escenografía consistía en un humo mediocre,
igual de colgado que el audio. A menos que fuera una cortina de humo previa a
la huída…
– E… usted
perdone… de pronto no pregunté bien. A ver le repito: Factores como la ingesta
de un cierto tipo de alimento (aparte, claro, de los alucinógenos) antes del
trance –o bien la cantidad del mismo, o la particular combinación de varios
tipos–, o los relativos a la situación específica de cada quien a nivel
mobiliario (lecho, habitación, situación erotico-emocio-sentimental (sic),
etc., así como su propia voluntad… Todo eso al momento de la experiencia ¿no termina influyendo? ¿No ayuda
a determinar, por ejemplo, no sé, el género, la intensidad, o la duración?
Los ruidos ya
eran cortos y repetitivos, como de amonestación por uso indebido, o
desaguisado, por un lado, y de nerviosismo, por otro. Era claro que la
productora no se encontraba a gusto. Empezó a oler a feo, como a mortecino. La
escenografía amontonó con apuro diversas basuras, mugres y materiales de
desecho. Reconocí algunas especies carroñeras que parecían mirarme y rodearme
pero eran como de plástico y daban la sensación de haber sido creados con
apremio porque al frentearles se espantaban con movimientos imposibles y
terminaban arrojándose a la candela que quemaba la basura, sumándose con olor
característico. Se me ocurrió que en ese momento mi voz podía estar siendo proyectada
asimismo en otra instancia donde se torturaba a alguien.
Decidí jugármela.
Ya me tocaba a los gritos.
– Hay sospechas
de prácticas ilegales como la publicación de la misma secuencia en diferentes
mentes o incluso en simultánea para un colectivo. Y de tratos con empresas de apuestas y números simpáticos. Y la publicidad subliminal…
Me interrumpió un
bombardeo de objetos contundentes que entraban en escena desde todas las
direcciones. Por qué no se aprovechaba la basura para eso, no sé, has visto
cómo son estas cosas… La pestilencia arreció con ventosidades de potencia
considerable y amplísima gama de aromas y sonoridades (destacábanse glisandos
ascendentes que se destemplaban sugestivamente, perdiendo el aliento y
exhalando un último suspiro supremamente evocador). La atmósfera se aderezaba
además con cobijas que se sacudían abanicándome todo aquello, amenazando con
tomar en cualquier momento forma concreta. O la idea de huir persistía y,
abandonando todo decoro y al mejor estilo escolar, la totalidad de la escena
–yo también, por qué no habría de incluirme si ya me la había jugado– formaba
parte ya no de una cortina de humo sino de un gigantesco pedo químico.
Arrastrándome el
huracán –el escenario goteaba en proyectiles de colores impublicables con
diversidad de partículas en suspensión– invoqué un último recurso jurídico:
– En nombre de
los estados y las iglesias con los que sin duda celebra ilícitos convenios,
exijo mi derecho a no parecer, cumplida esta instancia, como si despertara o
“volviera del viaje”, con la consecuente desestimación de lo aquí experimentado.
Nada de comas, centros de rehabilitación, ni camas, catres o camillas o esas
soluciones baratas. Para que la duda persista deberás esmerarte, empero el estatus
documental de esta proyección no pretenda desconocerse.
Jamás verbo tan
afilado, tan certero había yo ni soñado pronunciar, pero como que sirvió,
porque aparecí –después del consabido oscurecimiento de pantalla (si de algo
saben estas corporaciones es de jugar al filo del reglamento, seguro
aprovecharon para editar el material)– al final de la proyección del documental
–“proyección del documental”, hasta el vocabulario y la retórica me habían
robado– que sobre el asunto me tenía a mí como protagonista. Terminada la
última secuencia salía una espantosa voz en off –que supuestamente era la mía
(y sonaba peor que la otra, no hay cultura)– que hablaba, entre otros
proyectos, de la creación de ligas y sindicatos del inconsciente que propugnen
por el control total del material onírico por parte de las mentes creadoras, y
de la realización de festivales gratuitos y otros eventos…
Los recuerdos me
iban siendo devueltos, y entonces supe que esa proyección a la que yo asistía
era el estreno del documental – pero aparte de mí no había ido nadie– y que yo
era responsable además de toda su realización.
No había querido
salir en los créditos, que comenzaban a aparecer.
A la mina
de las imágenes
A la
memoria de Uyulala
Fue una
producción