Como no está alcanzando para el día la sola gorra de la hora
del almuerzo, nos está tocando salir a tocar por la noche a la hora de la
comida, y con el frío que hace.
El equipo somos dos, la verdulera y yo (la verdulera es el
cinco letras, acá le llaman así).
La hora del almuerzo rindió sólo los primeros días, de
pronto porque era fin de semana. Como en toda zona de frontera cae plata de la
de aquí y de la de allá, y en esos días en cantidades semejantes y suficientes
como para irnos de compras –vestuario y buenos libros, que acá son tan baratos–
a la hora de la siesta y ahorrar la mitad de la moneda extranjera para un
pasaje bien largo al cruzar a la vecina república y largarnos bien lejos, como
a nosotros nos gusta. Pero entre semana la cosa ha ido cayendo, los comedores
no se llenan –algunos cierran incluso varios días–, y las pocas mesas están
ocupadas casi siempre por población local. Ha habido días en que sólo cae un
tipo de moneda y en cantidad nunca igual a la del finde.
Como novedad en los procedimientos, cada día estamos tocando
distintos números, en cumplimiento de un programa de expansión de repertorio
–con tanta canción por ahí mal montada y con ganas de debutar, y nosotros
tocando las mismas maricadas de siempre–. Cada día estamos practicando todas
las tardes para tocar siempre algo distinto, además de ir incorporando
canciones del folclor local. Y así las hemos ido mandando, algunas resuelven,
otras suenan como y para el orto, pero es que es la única forma...
Después de la práctica salimos de compras, y para qué, pero
igual nos ha rendido: ropita nueva y libritos por doquier, amén de accesorios
varios. Luego a comer, que acá se come bien otra vez, además barato, no como en
la vecina república con esa onda de proteína y guarnición a gusto (de tomar,
nada, eso lo pagas aparte) o si no “sánguche”. Y por último a la computadora, a
ver qué ha pasado con la familia, con el parche, y el pago, para hacernos a
musiquita nueva, de ésa que nos gusta tocar, para ir pillando. Ya después es
meternos a la pieza a leer los libritos nuevos, la verdulera y yo junto al
cuatro llanero, la melódica, la guacharaca, el bombo legüero y la maleta nueva
(estos dos últimos de reciente incorporación, cuando en otra frontera de ambos
mismos territorios incursionamos con éxito la última vez que nos tocó renovar
la suscripción con la vecina república logrando tamaño superávit), yo leyendo
en voz alta porque nadie más sabe. A veces nos trasnochamos feo y nos toca
levantarnos directo para ir a tocar al almuerzo, a veces logramos practicar un
poquito antes. Si no, toca después. O si no no se logra, porque a veces entre
libro, compras, siesta, trabajo de noche, comida y computadora nos colgamos en
alguna y no ensayamos.
Esta noche nos toca salir otra vez, porque el almuerzo nos
dejó sin cena, sin libro y sin desayuno de mañana, y además había quedado de
hacer una carta por computadora para la gente del parche que está organizando
algunos piquetes y otros actos de reclamo a las autoridades y estamentos del
pago. Y como yo quiero ayudar y además cuento con el presente don del verbo…
Entonces toca salir a atacar los asaderos que faltaron a la hora del almuerzo
(pelear para que le bajen o le pongan pause a las películas de karate con que
enganchan a la gente, pareciera más cine con asadero, y cortar la onda) que
esos sí se llenan. Además ir en chancletas – yo, porque la verdulera no usa calzado– con este
frío, porque anoche la borrasca inundó todo y por proteger a la verdulera metí
los zapatos entre un charco y tuve que ponerlos con la ropa a secar (y la ropa
ya se secó, pero los zapatos no, va a figurar aplicar chancletas con medias).
Menos mal ya quedan pocos días para el finde, ya sabiendo lo
esperamos, lo trabajamos y nos largamos.
Igual, toda esta onda de venir a trabajar a la frontera, sea
lo que sea la idea es que sea (sic) de provecho, porque mal que bien sólo se
trabaja a horas de comida y el periodo entrecomidas nos queda para lo que
queramos. Es entonces cuando esos procesos que nos engrandecen y/o alegran la
vida tienen lugar. Y los anotamos porque de estos momentos es que salen las
historias, y siempre viene bien darle cuentos a la población, para que aprenda
y sonría.
Y con la verdulera además tratamos de cantarlas, porque la
vuelta es inventar también, no sólo sacar. Pero pasa que yo le enseño algo un
día y al otro me sale es con un reguero de acordes y escalas que ya después no
me acuerdo. Ahí es cuando nos toca meter los bajos y la cosa vuelve a jugar,
porque con los bajos quién no se engoma.
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