A la memoria del Señor Doctor Don Godofredo Cínico Caspa;
a los muy rosados, ñoños y señoriales
“ Carnavales de la Reconciliación”;
y al Deportivo Cali
(uno de los pocos clubes decentes que quedan, carajo).
a los muy rosados, ñoños y señoriales
“ Carnavales de la Reconciliación”;
y al Deportivo Cali
(uno de los pocos clubes decentes que quedan, carajo).
...pero para que vean que en las tales comunidades indígenas ésas que andan ahora tan de moda no todo ha sido siempre buena onda, ni pachamama, ni pazyamor (sic), y también (aprendan jipis) pega babilón:
Imagínense una constructora equis contratada para hacer un estadio. Evalúa un predio cualquiera, lo adquiere y empieza a edificar en el sitio.
El Gobierno no le ve problema al asunto.
Pero resulta que en plenas excavaciones aparecen restos óseos. La empresa, por consejo de la interventoría, decide suspender temporalmente actividades porque no falta que el lugar termine siendo por allá un camposanto de quién sabe qué tribu que antiguamente haya habitado el lugar y es mejor averiguar, no va y sea que a alguien -alguna oenegé, por lo general- le dé por joder (El Gobierno nunca jode, y si jode es sólo cuadrarle un buen arreglo, breve la vuelta). Entonces reporta el hallazgo y la interventoría subcontrata a una comisión arqueológica para que investigue.
Las contraculturas igual se alborotan y exigen (de todas maneras) la suspensión inmediata de los trabajos de construcción. Quieren que el lugar se conserve intacto como museo, santuario, lugar de peregrinación... alguna variante de ésas por las que les da.
El Gobierno no le ve problema al hecho de que sea una de las partes en conflicto la que pague la investigación (“mejor pa´ nosotros”), y decide esperar a ver los resultados de la comisión.
La constructora cree que conciliando y negociando puede solucionar el problema, y ofrece construir estadio y museo, con el argumento de incitar a la cultura a hinchadas y barras bravas con un poco de patrimonio arqueológico.
El Gobierno aplaude la decisión.
Pero las contraculturas dicen que no, que no aguanta. Exigen, además, la suspensión de cualquier tipo de investigación.
La comisión determina rápidamente que el tal camposanto parece más bien una fosa común y que los cadáveres o muñecos efectivamente corresponden a una tribu que colonizó el lugar, pero que fue erradicada hasta su extinción por otra que la masacró en una incursión de limpieza social।
Imagínense una constructora equis contratada para hacer un estadio. Evalúa un predio cualquiera, lo adquiere y empieza a edificar en el sitio.
El Gobierno no le ve problema al asunto.
Pero resulta que en plenas excavaciones aparecen restos óseos. La empresa, por consejo de la interventoría, decide suspender temporalmente actividades porque no falta que el lugar termine siendo por allá un camposanto de quién sabe qué tribu que antiguamente haya habitado el lugar y es mejor averiguar, no va y sea que a alguien -alguna oenegé, por lo general- le dé por joder (El Gobierno nunca jode, y si jode es sólo cuadrarle un buen arreglo, breve la vuelta). Entonces reporta el hallazgo y la interventoría subcontrata a una comisión arqueológica para que investigue.
Las contraculturas igual se alborotan y exigen (de todas maneras) la suspensión inmediata de los trabajos de construcción. Quieren que el lugar se conserve intacto como museo, santuario, lugar de peregrinación... alguna variante de ésas por las que les da.
El Gobierno no le ve problema al hecho de que sea una de las partes en conflicto la que pague la investigación (“mejor pa´ nosotros”), y decide esperar a ver los resultados de la comisión.
La constructora cree que conciliando y negociando puede solucionar el problema, y ofrece construir estadio y museo, con el argumento de incitar a la cultura a hinchadas y barras bravas con un poco de patrimonio arqueológico.
El Gobierno aplaude la decisión.
Pero las contraculturas dicen que no, que no aguanta. Exigen, además, la suspensión de cualquier tipo de investigación.
La comisión determina rápidamente que el tal camposanto parece más bien una fosa común y que los cadáveres o muñecos efectivamente corresponden a una tribu que colonizó el lugar, pero que fue erradicada hasta su extinción por otra que la masacró en una incursión de limpieza social।
El Gobierno se declara “en estupor”.
La empresa hace un llamado a la cordura y recomienda “no comerle al genocidio” y seguir con el proyecto del museo.
Pero las contraculturas se siguen oponiendo. Que no y que no y que no.
El Gobierno decide mantener el “estado de estupor”.
La constructora se deja entonces de tanta güevonada (porque tan maricas, ponerse a contar que encontraron tal vaina, y más encima ponerse a negociar...) y resuelve que “suerte con el h.p. patrimonio arqueológico y con la contracultura, a la mierda el cuentico ése, se acabó la maricada y el estadio se construye porque se contruye”.
El Gobierno se declara “en estupor permanente”… pero a la final no le ve problema al asunto.
El Gobierno al final no hace un culo y el estadio se construye. El club hace su negocio proyectando el escenario además como “Casa de la Selección” y la afición en pleno consume, celebrando y llorando según el caso, y olvidándose para siempre de la historia y la memoria, a no ser la de campeonatos y partidos legendarios.
El Gobierno levanta el estado de estupor, declarando al estadio “Patrimonio Arquitectónico”. No puede ser demolido y los servicios públicos pagan tarifa de estrato uno.
El caso es que el tal cuento del juego de pelota como mito de la desaparecida civilización podrá ser ratificado (por lo menos a nivel profesional) por las solas ruinas del estadio -que existen, claro, y se conservan en buen estado- pero ellas no borrarán las sabrosas variantes de la historia de su edificación, estas que acabo de contar y que han llegado hasta nosotros gracias a un apartado titulado “Del juego de pelota, sus clubes y La Federación”, del llamado “Códice (o Código) del Deporte”, libro descifrado hace nada y al parecer sagrado.
Pa´ que vayan viendo…
La empresa hace un llamado a la cordura y recomienda “no comerle al genocidio” y seguir con el proyecto del museo.
Pero las contraculturas se siguen oponiendo. Que no y que no y que no.
El Gobierno decide mantener el “estado de estupor”.
La constructora se deja entonces de tanta güevonada (porque tan maricas, ponerse a contar que encontraron tal vaina, y más encima ponerse a negociar...) y resuelve que “suerte con el h.p. patrimonio arqueológico y con la contracultura, a la mierda el cuentico ése, se acabó la maricada y el estadio se construye porque se contruye”.
El Gobierno se declara “en estupor permanente”… pero a la final no le ve problema al asunto.
El Gobierno al final no hace un culo y el estadio se construye. El club hace su negocio proyectando el escenario además como “Casa de la Selección” y la afición en pleno consume, celebrando y llorando según el caso, y olvidándose para siempre de la historia y la memoria, a no ser la de campeonatos y partidos legendarios.
El Gobierno levanta el estado de estupor, declarando al estadio “Patrimonio Arquitectónico”. No puede ser demolido y los servicios públicos pagan tarifa de estrato uno.
El caso es que el tal cuento del juego de pelota como mito de la desaparecida civilización podrá ser ratificado (por lo menos a nivel profesional) por las solas ruinas del estadio -que existen, claro, y se conservan en buen estado- pero ellas no borrarán las sabrosas variantes de la historia de su edificación, estas que acabo de contar y que han llegado hasta nosotros gracias a un apartado titulado “Del juego de pelota, sus clubes y La Federación”, del llamado “Códice (o Código) del Deporte”, libro descifrado hace nada y al parecer sagrado.
Pa´ que vayan viendo…